He visto docenas de muertos a través de esta ventana.
Los primeros fueron sepultados a las afueras,
ahora edificios son sus lápidas
y los carros pisotean los cuerpos desconocidos.
Nadie los lloró, las lágrimas también fueron enterradas.
Por encima sus hijos y mas encima sus mujeres;
fueron haciendo una torre intentando dejar una marca en la tierra,
pero la sangre no deja de ser ahora mas que una invisible alarma silenciada.
Dos veces me preguntaron cuantas veces tenia que nacer
para tratar de curar la herida fétida que punzamos con la indiferencia,
dos veces respondí; una sola.
Otros muertos fueron desterrados, ahora los veo en el semáforo.
Muertos sin cuerpo, porque el alquitrán tiñó su tesoro.
Muertos desnudos, porque perdimos el poder de dar amparo.
Muertos vivos, porque se nos dio la gana de juntar esas
dos palabras en una sola y nos reímos de haberla creado.
Muertos plateados que necesitan ser brillados.
Muertos dorados, incapaces de estar quietos.
Los otros muertos son los que se creen vivos y solo reciben ordenes.
Mi abuelo los llamaba zombies; el fue uno de ellos.
Dejo de serlo cuando aprendió a alumbrarse con una vela,
cuando prendía un cigarro por cada estrella voladora,
cuando le escribía a doña Inés esos libros repletos de poesía,
cuando me contaba las historias que ahora yo estoy contando.
Tanta masacre ha visto mi ventana que sus vidrios se están derritiendo.
Tanta masacre patrocino el ciudadano que hoy comemos sobre la sangre de unos pocos,
lamemos sus heridas y alzamos el pecho hinchado de orgullo por una bandera blanca
muy despercudida y pútridamente desgastada.
Tanta masacre hoy es deporte nacional, los contrincantes siempre juegan de local,
la televisión cubre este encuentro que lleva mas de cincuenta años con el mayor de los detalles,
Los jueces; son los jueces de turno,
Los técnicos; encargados de que la contienda nunca termine.
Los jugadores; siguen sordos, esperan el final, pero nunca se detienen.
De tanta masacre me consideré cómplice, disparé una flecha bajo mi cien ......, acerté.